Aquí se viene a jugar con las palabras. A vaciar nostalgias. A comprender miradas y silencios. A compartir sin disfraces. Con seudónimo pero el alma verdadera...

miércoles, 21 de marzo de 2012

Recomienza un viaje y regreso al lugar del que siento que no me he marchado, con la triste sensación de haber dejado de pertenecer. Si continuo yendo a Madrid una vez en semana voy a tener que hablar con mi jefe. Pierdo la noción del espacio y los niños ya no saben como reprocharme las salidas de casa tan temprano, aunque haya dejado los desayunos y los bocadillos preparados. La suerte sigue acompañándome y ahora son mayores, para entender por qué me marcho, para haberse acostumbrado a que él se fuera hace ya algunos años y convivamos armonicamente siendo solo nosotros tres, para haber aprendido a no hacer preguntas tan difíciles como solían. Si esto me llega a suceder hace tres o cinco años...

El AVE va completo y la gente está abalanzada sobre sus smartphones y sus tabletas, despachando con prisa correos llegados de noche, repasando informes en papel, haciendo lecturas atrasadas -como yo misma- y terminando en tensión hojas de calculo a medio hacer que deben ser enviadas de manera inminente. Leen periódicos y hacen ruido con las páginas enormes y otros hablan alto por teléfono, aunque con esta crisis hayan decrecido las operaciones, que encima cuestan más de cerrar. Si hasta yo he notado que hay menos conversaciones comerciales.

Un señor mayor para la actividad frenética que parece tener lleva tanto tiempo al teléfono que siento el impulso de contarle que nos esconden informes en los que se hablan de terribles enfermedades a causa del abuso de los móviles y sus baterías, que emiten radiaciones muy malísimas para la salud...
Es temprano y tengo el regreso tarde, justo para llegar a una reunión familiar curiosa y que me apetece mucho porque, de naturaleza ordenada, me gusta tener las cosas bajo control y saber al menos quien lleva, más o menos diluida, mi misma sangre.
A mi lado, separado por un reposabrazos abatido (mucho más que nosotros mismos), un tipo interesante, con disfraz de ejecutivo moderno y un poco alternativo, con todos sus gadgets que le diferencian de entre otros de sus semejantes, leyendo un diario económico de ese inconfundible color salmón, facciones particulares y angulosas, bien afeitado, sin olor concreto.
Detrás, a mi espalda, un papá les da los buenos dias a su par de hijas pequeñas y les pregunta acerca de un dibujo que dejó hecho sobre la mesa antes de salir, les desea suerte en el control y que pasen un buen día, respectivamente. La voz es moderadamente alta aunque entrañable, así que no incomoda y -al resto- no nos despierta ningún instinto vergonzante.
Se lamentan los reposapiés repetidamente y la cobertura empeora a medio camino, pasada la zona de obras en la que el tren ralentiza y todos nos detenemos a mirar a través de las ventanas los paisajes más castellanos. Que por Zaragoza se presentan en rectángulos rosa, ahora que estamos en primavera...

1 comentario:

No serás de l#s que creen que intimido y por eso no comentan nunca, ¿verdad? :) ¡¡Venga!! ¡¡Anímate!!

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Si. Claro. Cómo si fuera tan fácil hacer una definición completa y, además, ecuánime de una misma a estas alturas de la vida... Creo que, por lo menos, necesitaría un fin de semana. ¿Hace? ¿Si? :)

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