Cambiamos. Todos y todas. Aunque no queramos ni lo sospechemos. Yo misma cambié recientemente. En un momento de entre hace dos años y uno y medio. Quién sabe el día exacto? Le importa a alguien la fecha? Qué más os dará... Mirad, mirad. Ahí se produjo un click insonoro, apenas perceptible por fuera y tan crucial dentro.
Soy amante. De los masajes también. En uno de mis paseos por la ciudad, esa ciudad mediana y con mar que roba corazones, encontré la ya ahora frecuente tienda pequeña regentada por mujeres orientales, con buena señalética, mucho branding y mejor marketing aún en los pequeños ventanales. Necesitaba una pedicura permanente y urgente, así que me decidí a entrar. Como siempre, la respuesta fue un sí. Al atraco de presentarme sin hora previa, de pedir un servicio largo y entretenido, de encadenar peticiones. Añado un masaje de pies. Lo veo. Siéntate aquí mismo, que ahora te atendemos. Ahora mismo. Mismo. Con servilismo medieval y sonrisas en el rostro.
Aparece una mujer, ni muy joven ni lo contrario, melena lisa y morena, brillante, delgada y elegante. Poco habladora, como sucede con los que no dominan un idioma. Ensimismada en silencios particulares, comienza su trabajo. Precisa y rápida, hábil y decidida, haciendo lo que ha hecho antes cientos de veces. Es su trabajo. Termina pronto la pedicura, impecable, y comienza el masaje de pies, el normal que va incluido, de poco más de un minuto, cuando acaban el servicio. Wooouu! Pienso que esas manos son buenas de verdad. Y de eso también entiendo... Y su compañera, viéndome cerrar los ojos y recostar hacia atrás mi cabeza con cara de paz, me informa: deberías probar sus masajes completos. Son impresionantes... Y lo deja ahí, sabiendo que no podré resistirme, que caeré en su tentación.
Estoy con la guardia baja y los pies van unidos a un cuerpo que siempre, siempre agradece cualquier caricia, así que sucumbo a la propuesta de una buena oferta. Sin mucho pensarla, en realidad. Sin malicia ni intención. No tengo prisa, hay tiempo y no me faltan ganas: me sobran. Nos cambiamos de espacio y entramos, juntas, en una estancia decorada en colores tierra y luces ténues, dónde huele a incienso intenso y a aceites esenciales y la música zen lo llena todo. Cortinas de gasa que ondean siguiendo los movimientos del aire que se desprende de la chica, que prepara un poco y deprisa lo que va a necesitar. Cómo te llamas? Shen, responde con la mirada baja y una pequeña sonrisa, como solemos hacer las tímidas...
Me indica que me coloque boca arriba y comienza su masaje por los brazos. Sigue despacio por el cuello y se desliza como por sorpresa con las dos manos entre mi pecho, rodeándolo, con fuerza y cuidado, dejando siempre al descubierto mis pezones, que no toca ni por un accidente, con un profundo respeto por esa zona considerada sagrada por contener lo que se cree más importante del cuerpo: el corazón. Manos de ángel, sin duda. Dulces, ligeras, firmes, sutiles y sensuales. De piel fina y cuidada. Sin respiración, cierro los ojos, más fuerte que antes. No he sentido nada. No he sentido nada.
Entra en modo silencio y concentración y trabaja un poco mi barriga; me dice, brevemente, que lo suyo son las piernas. Pero ya estoy abandonada a mi suerte, a sus manos, a nuestro tacto cuando se juntan las dos pieles. Y ella sigue. Y sigue. Mis cuadriceps y las rodillas, sus manos arriba y abajo, uno de sus dedos se escapa deprisa, solo por un segundo, en uno de los pliegues de mi ingle derecha. Como sin querer pero con toda la intención. Como si fuera casual, para que yo sintiera eso y nada más. Pienso que es mi imaginación, que aquí no está pasando otra cosa que un masaje normal. Normal. Pero ella sigue. Dulce y enérgica, subiendo y descendiendo, siempre y todavía por mi pierna derecha. Repite el movimiento en el lugar que nunca debería tocar y lo alarga un poco, bajando la velocidad, deteniéndose un segundo. ¿Uno solo? Eterno.
La sensualidad del lugar, de sus caricias, la sorpresa, la luz y el deseo... No puede ser y es imposible. Menuda, mi mente. Ando sobrada de ganas. Por fin unas manos mágicas. Por fin.
De pronto, adivino su cara ahi abajo, sonriendo con una expresión nueva y una mirada especial. Sin hablar, me pregunta, me ofrece y pide permiso, acercándose lentamente y sonriendo a mis rodillas, que comienza a separar con sus manos, muy despacio. Sus caricias son dulces y decididas, amplias y circulares. Comienza a pasear todos los pliegues de mi mitad inferior, yendo y marchándose algunos segundos. Viniendo de la cara interior de los muslos y volviendo, cada vez más cerca, tan cerca. Empiezo a moverme, a acomodarme sobre mi espalda y a respirar deprisa, completamente entregada a la sorpresa y a la novedad.
Shen me adivina excitada e impaciente. Ni puedo, a esas alturas, ni tan siquiera quiero, disimularlo. La escena es simplemente exquisita y no puedo pensar en otra cosa que en vivirla intensamente, con ella mirándome a los ojos y compartiendo una media sonrisa que dejaba adivinar que no solo yo estaba a punto, jugando la partida. Y se aprovecha de mi urgencia y decide hacerme esperar, divertirse conmigo, someterme a sus ritmos y dejarme en sus manos. Se entretiene, cruelmente, consciente de su control sobre mi y del efecto que está provocando. Qué manos, dulces y pequeñas, fuertes y finísimas. Jadeo, sin ningún pudor. Muevo mis caderas buscándola, acercándome, mientras ella se escapa, se aparta, sabiéndome.
Se sonríe cuando decide incorporarse hacia mi, apoyándose en mis rodillas. Y se inclina muy lentamente sobre mi cintura separando sus labios húmedos en dirección a los míos, que se abren para recibirla mientras aprieto los dientes tratando de disimular un primer grito...