Estrenar vidas conlleva dejar atrás, abrir puertas y ventanas, vaciar espacios que se acaban llenando por cosas mejores. Como cambiar de pareja. Pasas de superviviente a muert# sin proponértelo, entras en letargo. Y llega alguien que te devuelve sonrisas, mariposas y ganas.
Piso calles por primera vez y veo escaparates y caras desconocidas que empiezan a sonreirme, por familiar (y vulgar, que mis facciones no tienen nada original). Escucho entre acúfenos silencios nuevos y ruidos clásicos a destiempo. Los olores son también distintos, como ese intenso a especias de la portería artesonada, que la tienda que hay en los bajos es de cosas naturales. Y los cielos y las lunas y la emisora de la radio o las listas de música.
Sigo un rumbo fijo, al parecer, escrito en algún lugar del firmamento, que me lleva o zarandea, me detiene y me empuja, en ocasiones todo a la vez. Es mágico releer mis notas y decidir que las coincidencias no pueden serlo porque es imposible.
Seguimos haciendo muchas cosas por primera vez, como escuchar eso de labios de mi descendiente menor: ‘oye, vosotras dos os reís mucho juntas, no? Qué monas...’.