jueves, 29 de enero de 2009

Mira, no me cuentes...

No me cuentes, por favor, eso que no puedes explicarme. Incontable, inconfesable, inexplicable. Realmente no puedes. Porque estás sintiendo algo que nos aparta y nos separa, que todavía no es lo suficientemente intenso para hacerte perder la cabeza.
No me cuentes lo que explican tus ojos, lo que se desprende de tu ánimo encontrado, peleando, en una lucha por nuestra supervivencia. Es algo contra lo que no puedes rebelarte porque te atrae de forma irracional. Es la novedad, las risas insustanciales, las nuevas anécdotas y unas vidas por descubrir, planes que diseñar, voces que compartir, arrancadas a las rutinas.
No intentes contarme que tienes ganas de pasar más tiempo, lo necesitas, que te mueres por llamar, que cruzarías la ciudad por ver que una de sus sonrisas es para ti.
No me lo digas, así no me dolerás. Seguiré adelante creyéndome a salvo, sólidamente unida a ti, en nuestro camino de pequeñas promesas tranquilas. Me quieres. Al menos, eso dices. Y no puedes entender qué te está pasando, cómo está sucediendo esto que sientes, con lo que tienes conmigo...
Tú no me cuentes, hazme caso, que no tienes ningún otro pensamiento durante el día, durante la noche. Sabemos que no me gustaría oirte, verte, comprender y empezar a temer. Miedo a no volver a ser yo misma, a que dejes de ser tú, a que no seamos nunca más lo que fuimos, a que todo sea un pasado que intentamos prolongar, agónico, incómodo, en el tiempo.
No vengas a explicarme que se te pasará, que no dejarás que haya contacto: terminarán las llamadas, seguro que olvidarás. ¿Qué haremos con tus pensamientos? Dime... pero no me digas qué es lo que te empuja a buscar ahi fuera algo distinto a lo que tenemos aqui dentro, en plural.
Preferirí que no trataras de contarme, prefiero no saber por qué lo haces, si acaso tuvieras tú alguna respuesta. Lo leo en tus ojos, en los pliegues de tus manos nerviosas y en la prisa de nuestros encuentros. Se percibe en tu piel, en el aura y en el silencio. En la mirada vacía. Quizá no sepas que el enamoramiento es ingobernable, esa excitante y efímera sensación que solo exige más. Tampoco sabes que acabarás por conseguirlo, yo sin saber nada, hasta que el cansancio de lo conocido te empuje a buscar otras voces, otras letras. Y todo recomience, simultaneando relaciones, manteniendo secretos.
No me cuentes que me quieres si no puedes pensar en otra cosa y no dejas de esperar nuevas señales.
Quizá no lo sepas: tenemos los días contados...

3 comentarios:

  1. Veo una temenda inmadurez en ese personaje... o quizá una hetero-curiosa infiel. :-)
    Besos.

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  2. Precioso. Al final todo en la vida son miedos, uno tras otro, incluso el que sentimos cuando la vida paraece sonreír. El temor a perder, que hace crecer el temor a volver a tener para no volver a perder.

    No me hagas mucho caso, hoy estoy espesa.

    Si llamara a puerta la mujer de mi vida, volvería a ser la persona más tonta del planeta, con miedo, pero very feliz.

    A la porra, Carpe Diem!!!!

    Beso.

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  3. Olga: ninguna hemos nacido madura... :)

    Fred: y sin embargo aprendemos a vivir con esos temores, con lo difícil que resulta...

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No serás de l#s que creen que intimido y por eso no comentan nunca, ¿verdad? :) ¡¡Venga!! ¡¡Anímate!!