jueves, 12 de marzo de 2009

Lanzamiento de reproches a media voz y alguna lágrima...

Ven aqui, anda. Mírame a los ojos. Y ahora piensa, con calma, tratando de recordar, cuántas veces comentamos que la vida gira, cambia, modifica y altera a las personas. Yo me refería a ti, naturalmente. Usé el plural, incluso. Y negaste, como Judas, repetidamente.

No han de pasar muchos años y te remodelarás, a ti y a tu entorno. Rediseñarás tus lugares, tus compañías y serás otra persona, tan distinta a lo que eres hoy... Y nunca me creíste. Tenías todo lo suficiente, por lo que luchaste como objetivo. Te faltaba una compañía mucho más comprometida, más a largo plazo. Y nunca lo fui. Solo pude entretenerte, distraerte de tu camino, una suma de bastantes meses. Pero sabíamos que eso no podía ser definitivo. Jamás trazamos un plan más allá de las siguientes vacaciones. Eso era de todo punto inviable.

Pero ¿y el sentimiento?

Eso me pregunto. Quizá ni tú ni yo quisiéramos conjugar el verbo comprometer. Tal vez ni siquiera sabíamos, entonces, cómo hacerlo. Tú ensayabas, seguramente en secreto de mi, en la soledad de tus horas muertas en casa, esperándome. No era fácil representar el papel de canalla, para mi. Aunque tú aprendiste más rápido y acabaste protagonizándonos, decidiendo, largámdote tras alguien que te contó lo mucho que eres, tanto como sabes y la atracción que solo tú sabes desplegar, magnífica, cuando tienes una presa que perseguir y atrapar.

Redes largas, las tuyas.

Mente preclara, también. Experta en pronponerse cosas, personas, hasta lugares.

Te he pedido que me miraras a los ojos. Quizá así veas las lágrimas que escuchaste por teléfono, el día en que me prometiste una llamada que aún ha de llegar. Me oías, pero te ahorraste el momento rojo y mojado. Son cosas desagradables que no quieres para ti, ni en tu vida. El centro...

Todo ha cambiado tanto, ¿verdad? Al menos para ti. Ningún paisaje es ahora común al que fue cuando estuve. Te adaptas pero medio año ya es una cantidad de meses nada desdeñable para estar en plena integración, que es la fase dos de la historia de un traslado. Y más si vas con guía, con lazarillo, con apoyo, con motor. Y tú vas...

Me hubiera gustado que te despidieras, ¿para qué negarlo? Y que vinieras, de algún modo, a contarme de ti, de lo que esperas del futuro, de la vida, de la gente... Es que he perdido todas las esperanzas por el camino y siempre es bueno conversar para imbuirse de otros planteamientos... La vida... Pero no lo hiciste, quizá porque era bueno huir de ti, hasta de mi insignificante recuerdo, imagino. Todo atrás y tú hacia delante, a pesar de todos, muy en el estilo imperante...

Lamento el regusto amargo de esta entrada, de nuestra conversación a una sola voz, pero hay cosas que tienen que salir y este es el mejor lugar que conozco para lanzarlas...

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