Creo que nunca lo supe, pero sabía. Me costó algún tiempo acostumbrarme, cambiar de hábitos y costumbres, no repetir los mismos gestos, las rutas, los caminos, no caminar contigo y no recogerte ni que vinieras a buscarme para verme unos minutos en el coche, aparcado en cualquier lugar de alguna calle poco transitada. Me costó mucho tiempo y toda la tristeza del mundo.
En cambio tú has aprendido a vivir sin mi. No sabías, porque te ahogabas al imaginar la vida con mi ausencia, en mi desaparición. Me decías que no podías seguir sin mi voz ni mis llamadas, mis caricias y mis cuidados, mi cariño o mis palabras; tampoco sin mis letras o mi forma de ver la vida, tan pragmática [quizá, a veces], tan así.
Ahora que la vida te ha cruzado de nuevo en mi camino, tantos años después, decido con cuidado, con mucho miedo, no volver a intervenir en la tuya, que ya aprendiste a continuar, como si yo hubiese muerto.
No me parece bien aparecer otra vez [con lo que nos costó la separación -exclamación-, que tuvo lugar en cuatro o cinco veces, todas tan difíciles y tan definitivas y con tantas lágrimas y hasta súplicas y/o peticiones desesperadas] y sorprenderte con un ha pasado mucho tiempo, han sucedido tantas cosas... te echo de menos...
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