domingo, 26 de abril de 2009

Joder, qué paseo...

Creo que voy a escribir de sobre un paseo. Quizá de la práctica de un senderismo. De trekking, para determinado tipo de persona. O personaje, depende. Un paseo improvisado. No por falta de preparación, no. La ropa y el calzado eran técnicos y en la mochila lo necesario. Improvisada la ruta elegida, sin mapa, solo las indicaciones del lugareño que regenta el supermercado que abastece a los pueblos de la zona, a muchos kilómetros a la redonda. Habla de varias opciones pero sus ojos, sus expresiones y hasta los gestos nos venden la segunda. Así que no hay duda. La subida a lo que queda de un castillo, desde el cual se ve una vista impresionante, de mar y montaña, a una respetable altura[que no puedo precisar por desconocimiento, no por falta de ganas]. Y, claro, hay que subir. Más de una hora, casi dos, subiendo, poniéndome a prueba, a ver si la lesión que se arrastra conmigo, los muchos kilos de menos, la abstinencia de nicotina desde hace tres años [más], el gimnasio, la felicidad, pueden hacerme subir sintiéndome bien. Y no recuerdo muchas cosas semejantes a la sensación que produce el silencio roto solo por el viento, una infinita soledad de naturaleza, el sol y el pelo despeinado, las manos entrelazadas fuera de cualquier bolsillo y pronunciar tu nombre seguido de algunas otras palabras que nadie comprendería... Subir atravesando pueblos abandonados, a medio reconstruir. Parar a observar las montañas que aparecen a los pocos minutos de haber mirado. Respirar profundo, consciente de que el aire se renueva constantemente, procedente del mar, camino del interior. Ese aire sabe distinto, huele a humedad y a nube. Compartir la vista, consciente de que lo que miro lo veo porque estoy contigo. Si estuviera sola me temo que me sentiría ciega...

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