Ninguna sombra es tan alargada como la tuya. Lo juro. La longitud de tus tentáculos me tiene maravillada. Eres la presencia invisible más intensa de todas mis presencias, de las que han sido y de las que todavía siguen siendo. Yo prometo que me empleo a fondo para construir un telón de un material altamente resistente, todavía desconocido en el estado de la técnica, para que nos separe bien. Pero tiene, debe tener, fisuras porque reapareces. Como aquell#s a quienes consideras muert#s, desaparecid#s de tu vida, olvidad#s, que han dejado de ser peligros#s. Y, sin embargo, un día cualquiera, sin preaviso, irrumpes con un pantallazo a primera hora de mi día. Y me sigo preguntando, entre tarea y tarea, entre gestiones, cómo lo consigues. Si acaso resultara que lo tuyo es consciente y doloso. Que podría no ser.
Se me acumulan planes y proyectos. Y ganas de vivirlos. Me despisto y me veo planeando a un año vista. Incluso más. Y todo se revuelve, para no confundir capitales con desiertos, aguas y arenas, ni siquiera compañía. Eres la común, entre todas ellas.
Mientras, con estruendo mediático, siguen cayendo los aviones. Mi teoría secreta, que hago pública, es simple: tanto ahorro de costes. Era previsible, de esperar y cuestión de paciencia. Reducción en construcción de aparatos. No hablemos en la revisión y el mantenimiento. Es que no podía ser. Pero maldita gracia que la gente desaparezca por centenares, de una tacada. Creo que procuraré no pensar en ello cuando esté ahi arriba. Noto que en éstos últimos tiempos opto por el tren, cuando la alternativa existe de verdad. Más que tren, casi metro, que une capital y grandes ciudades. Pero confieso que es de forma involuntaria.
Hace demasiado calor para ir al gim. Pero sigo yendo. Reconozco que menos. Pero hay diferentes razones. Todas de peso.
Estoy inquieta. Inquieta. Totalmente. Demasiado.
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