La pena y las lágrimas se contagian. Hoy me han arrastrado, pero confieso que mi pena era frágil, instensa y estaba muy cerca de la epidermis. Hay días en que la vida deviene seria y hay que estar, sabiendo o no. Aprendiendo, de alguna forma. Y en mi caso, acompañando, porque [a pesar del dolor propio] me envuelven los ajenos, próximos, cercanos, nuevos y sorprendidos. Una caricia, una mirada, la presencia y el gesto. Con esto debería bastar para recomponer una normalidad que ya nunca será como fue. Hay hechos irreversibles, uno especialmente. Y ese es el que estamos procesando como podemos, por sorpresa. Yo con las manos y los pies helados, algunas lágrimas que salen en grupo y una tristeza honda, por los 22 años, por las deudas, por el cariño y la nostalgia, por lo que quedó por decir y lo que nunca me dijo. Por todo eso...
precisamente lo que estoy intentando digerir es todo aquéllo que no nos hemos dicho, aunque siga flotando la pregunta de fondo "¿De qué serviría?"
ResponderEliminarYo, que también me quedé con todo por decir, creo que -de alguna forma- serviría... hubiera servido... Sí. Seguro.
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