Ha llovido sobre mojado. Necesito comer chocolate y dormir sin interrupciones. Todavía me sorprende ver tractores por la calle, con sus luces naranjas dando vueltas, infinitas. Luce un sol espléndido por encima de casas y árboles. Las palmeras son para otras latitudes, en vacaciones. Me distraigo. Me muero de sueño. Y te extraño. Todo simultáneo menos el chocolate, ausente. No sé envidiar pero admiro en mayúsculas. A veces también olvido con qué dedo debo teclear la y pero la desorientación dura un segundo, solo. Me siento en uno de los últimos bancos de una majestuosa iglesia vestida de domingo, con sus luces y sus turistas, y no me dejas descansar ni agradecer ni pedir, como me había propuesto al invitarte a entrar. No, la conozco. He estado alguna vez. A pesar de tu extranjería en mi ciudad, nada que ver con la ola de inmigración que llegó hace poco con la fuerza de un tsunami. Qué duras consecuencias, el castigo de la naturaleza...
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