Noche negra y un volante. Cuatro silencios, incómoda en la soledad de un domingo extraño. La carretera vacía pasa por debajo. Los árboles convertidos en sombras y canciones con voces rotas acompañadas de palmas. Me veo recordando y de pronto una letra me lleva de la mano a una habitación y veo [vuelvo a ver] las sábanas de grandes cuadros de colores en una cama grande y a ti invitándome. Mirándome a la cara, besándome con la boca, con las dos manos, envolviéndome, dándome las gracias por haber vuelto. Aprendiendo muy rápido que los regresos a ese tipo de lugares suelen ser maravillosos, como volver a un refugio si fuera nieva y el viento corta la piel. Regresa la letra y pide que te recuerde amándome. Y eso hago, a pesar de saber que la losa va a impedir que respire. Ya ha sido imposible detener mi paseo por los aledaños de todo aquello que compartimos, lo que te has llevado contigo, nuestros lugares y hasta las discusiones. Sobretodo los reproches. Pero lo difícil es repasar y nos repaso.
Fácil, ya veo.
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