Reconozco que se me pasan las quincenas sin sentir. Que he dejado de recordar que alguna vez me hice una suerte de promesa según la cual pasaría por aqui como un ejercicio de sintetismo que me forzaba a revisar acontecimientos, a recensionarlos y transmitirlos, aunque el volumen de público sea modesto [aunque de calidad].
Así que hoy me doy un fugaz paseo y reflexiono para darme cuenta que, tras nueve años, mi entorno ha cambiado y tengo espacio propio en la casa central [lo cual no deja de ser un logro que no me detengo a saborear]. No es un cambio de laburo, como dedujera Nieves. Sino una prolongación de lo mismo y más de lo parecido. Es decir, al final es un incremento de la carga de trabajo pero con la sonrisa puesta. Catarsis familiar desde antes de las navidades y el temor a lo que ha de llegar instalado en los rincones de la piel. No nos gustan los cambios de vida, que la gente salga, los sufrimientos y, sin embargo, aqui estamos.
El orden de la normalidad está integrado en una pluralidad de vidas que conforman la mia y que muy a menudo me entretengo en valorar. Eso sí. Para no dejar de ser alguien...