Hace algún tiempo que soy adicta a las barras de crema de cacao y, como las pierdo o las dejo en lugares extraños, compro en casi cada farmacia que veo abierta [por un lado, soy razonable; por otro, tengo la suerte de que veo pocas porque en horario de apertura suelo tener cosas que hacer]. Tengo una en cada bolso y en muchos bolsillos de chaquetas y abrigos, en el coche y en algún attaché. Y una de las cosas que más me gustan es pasarte mi crema a tus labios a base de besos. Cosa que explica que, cuando escuché esta canción el viernes, no pudiera evitar aplicarte una dosis en un baile lentísimo que, más que baile, fue un abrazo largo, largo... Al fin 37 horas de encierro, viendo nevar, oyendo el viento, intuyendo una helada terrible que dejó el paisaje como [supongo debe ser] Siberia en invierno, observando cómo se acumulaba por palmos la nieve nueva en la terraza, cubriendo cuarterones completos de la ventana, cómo se doblaban lo árboles por el peso de los centímetros de hielo concentrados en contra de la dirección del viento. El espectáculo hoy, al salir a la calle y ver que la carretera, las casas, los coches, los remontes, los cristales y los árboles eran [todo, solo] de color blanco, contra un cielo azul intenso [sí, quizá indantreno, creo que sí...] y un sol frío pero brillante. Encierro aprovechado hasta el límite del agotamiento. Qué paradoja...
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