...leía tus líneas una y diez veces, buscando algún rasgo que se me hubiera podido escapar en la primera lectura. Esperaba impaciente tus breves correos, me sobreponía despacio a la sorpresa de los tres o cuatro largos que alguna noche me mandaste. Eras de pocas palabras, entonces.
...escuchaba tu voz con cuidado, buscando cada deje, el acento, los modismos, tus propias expresiones; miraba compulsivamente la pantalla, por si estabas ahí, en cualquier forma. Por si se había escapado una llamada inesperada, como lo eran todas. Por si entrabas en mi vida.
...no dejaba de pensar en ti. Y me debatía por dentro, confundida, consciente de las consecuencias de mis impulsos, los que no podía ignorar de ninguna manera. Y a cada segundo tomaba decisiones. Sin grandes dudas, solo un cierto reparo por el dolor que sin duda causaría.
...pensaba en cruzar océanos contigo o saltar de continente para verte unos segundos, solamente. Recordaba lo grande que es este mundo cuando se empieza a viajar, consciente de lo pequeño que queda cuando ya se lleva algún tiempo en marcha. Me ilusionaba cualquier destino, especialmente cuando hablábamos de tu casa o de una playa en las antípodas.
...me maravillaban tus puntos fuertes: la gente, los lugares, tus gustos, tus comportamientos y tu seguridad, tu desapercibida fragilidad a veces. Conseguí creer que éramos algo importante e invencible, que nadie podría dividir.
...al principio de nuestros tiempos, cuando mi confianza era ciega, nos divertíamos y nos abrazábamos durante horas, durante noches, enteras. Nos mirábamos las facciones borrosas y me decías: ... Qué?, muy dulce, como tímida. Y hacíamos planes a corto y nos enfrentamos a una situación crítica. Pero formaba parte del camino. Como las tardes de espera en tu casa, hasta en la cafetería y te daba la mano porque solo estaban los camareros, al principio. Luego llegó más gente...
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