A veces el presente es inócuo y el pasado comparece, se sienta frente a la mesa y comienza la película. Miras el azul verdoso de sus ojos, su pelo rubio hoy más escaso, su madurez y su buen estado físico, la sensibilidad que siempre trató de esconderse. No te crees que hayan pasado treinta años y que podía ser ayer la última vez que decidísteis echar una carrera Muntaner abajo, en aquella remota época en la que nadie llevaba casco, driblando coches como los inconscientes que éramos, como si fueramos inmortales e invulnerables. Adolescentes sin miedo a nada.
Sabía que volvería a mi vida cuando en nuestros últimos encuentros, en los que él tocó fondo en todos los ámbitos, rechazó la compañía, la comprensión y el cariño. Lo intenté. Lo intentamos. Todo inútil. Decidió encerrarse en una vida distinta y paralela y fue imposible moverle un centímetro.
Me preavisaron de su regreso, a decir verdad. Pero sin ponerle nombre ni apellido. Con éste van tres, los retornos 'extraños', 'sorprendentes' e 'inesperados' en estos últimos meses. Y, claro, tampoco te dicen el día ni la hora en la que se producirá el advenimiento, así que forzosamente te pilla con el paso cambiado y por sorpresa. Lo mejor es la cara que se te pone cuando encajas fichas y piezas...
Se ha disculpado por haber desaparecido tanto tiempo, sorprendido de que eso duele si lo hace alguien a quien aprecias. Daba por sentado que nadie iba a extrañarle, que no le queríamos, que saldríamos impunes de su decisión. Y no es cierto. De una forma o de otra impactamos en la vida de los demás y a veces no somos conscientes de nada...