Una nunca deja de aprender [recordar, digamos, con modestia] cosas y lo bonito es cuando tu descendiente te pasea su mano por la cara y te enmienda la plana. A mi me encanta esa sensación y la expresión de perplejidad que se me queda primero a mi y después a ella. Gana autoestima y yo le cedo un par de centímetros de mi primera línea. Ley de vida, en todo caso.
Yo, que estudié griego clásico un par de años porque entraba en el programario que me tocó en suerte, pensaba que me había aprendido algo tan elemental como esto que aparece en este link. Pero no. Resulta que no. Tantos años equivocadísima, con dignidad.
Ahora se trata de que el nombre que le había puesto a un detalle de mi existencia, como un hito, la marca, el punto de partida y el de cierre, que forma parte imborrable de mi yo anterior, del que he hablado en varias ocasiones aquí y en otros lugares, ¡no era una épsilon! Es una sigma mayúscula: ¡mi propia inicial real y de nick! Una S, de sonrisa. De sol. De tantas cosas...
Benditas casualidades. Maravillosos lapsus. Fantásticas coincidencias...
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