Sé dónde están las llaves desde hoy. Del lugar refugio, inesperado, en el que apetece esconderse de todo lo que sucede fuera. Dónde mirarse borroso de muy cerca y sencillamente reír. Un poco, nada, todo. Dormir apenas. Volver a una añorada adolescencia y alejar ruidos y silencios, con todo lo aprendido dentro de la bolsa que cargamos en la espalda.
Azul. Completamente azul. Y pintar la piel increíble con el primer rotulador con el que me encuentro, que es de idéntico color. Y jugar a ser creativa, improvisando iniciales ajenas. Yo, que siempre fui torpe y vergonzosa pintando... Era un bolígrafo azul, en realidad, y una A, sin significado aunque coincida con otro nombre y otra cara y otras manos, claro. Y dibujar un corazón como antiguo, de los de Cupido, con flecha e iniciales propias, cruzadas, reales. De los que antes se tatuaban los marinos, antes de que llegaran los infinitos que llevan todas en la piel, para siempre, intercambiables y borrables, también. Y perfilar tu pezón izquierdo paseándolo varias vueltas y que te estremezca porque la punta del boli te despierta cosquillas. Y que no importe nada y solo nos ataque la risa.
Yo me tatúo tu mirada, como se graban los momentos irrepetibles, los inolvidables y los irresistibles. A fuego, con fuerza y convencimiento. Y tu sonrisa, tu fuerza y tu forma de besar. Los abrazos y el tacto de los lunares de tu piel. Porque tu alegría es imposible de tatuar...
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