Con orgullo manifiesto que soy del 1,3% de la población mundial que no ha visto Star Wars en ninguna ocasión. Ya sé que no tiene ninguna importancia, pero eso hace que no entienda la mitad de las bromas que circulan por el mundo, junto con frases que no tienen ningún significado para mi. Un poco outsider, como siempre.
Últimamente me encanta abrazar. Me pego cual lapa al primer tronco con extremidades que se me aproxima en son de paz. A veces hasta tengo que pedir que me abracen, especialmente si la persona es más alta que yo y puede envolverme bien. Cosa fácil, por otra parte. Y los retengo, de manera que cuando hacen el amago de finalizar un abrazo cortés, yo sigo pegada cuerpo a cuerpo como una legionaria y estrecho aún más el contacto, me balanceo, aprieto, huelo el pelo o el cuello. Y al final comprenden que no quiero acabar, que quiero seguir, que necesito por lo menos esos 20 segundos magníficos que te regeneran y te regresan energías perdidas, de esas que ahora a mi me escasean. Un poco. Sin exagerar.
Abro horizontes y no niego nuevas aventuras, sino todo lo contrario. Me encantaría ser artista y expresar lo que danza detrás de mi vientre, bajo mi cabeza, entre los brazos, abiertos. Me gustaría comprender a algunos filósofos, el mecanismo mental que nos gobierna, cómo funcionamos y por qué extraña razón subimos y bajamos de un vagón de tren y de montaña rusa. A veces, con explicaciones. Otras veces en silencio y sin comprender nada.
Conozco el funcionamiento: al principio, en shock, falla la respiración, la mente se nubla y solo emites suspiros largos y profundos. Luego pasas a estar ausente, separada de tu cuerpo o al revés: tu cuerpo está en algún lugar y la cabeza en stand by, para no sentir, para no llorar, para no estar y largarse sin despedirse, a la francesa, como las tortillas. Luego, punto muerto, indiferencia y otros pasos como la furia, el dolor, la apatía y las lágrimas sueltas. Hablas y hablas y la pena continúa. Intentas abrir nuevos horizontes y una solo espera señales de vida de una sola persona en toda la humanidad. Suele guardar silencio. Si no lo guarda, a veces es peor. Te dejas llevar y pasan, pesadísimos, los sesenta segundos que componen cada minuto de esos sesenta que dan una hora, detrás de otra. Y así. Puedes contar los días mentalmente, desde que no tienes contacto, desde que te baña el desespero.
Intentas borrar los recuerdos. Y, triste, te preguntas cúando, en qué momento tu recuerdo se olvidará de mi...
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