lunes, 18 de abril de 2016

Hay cosas que me tumban...

Sí. Hay cosas que me tumban. Y hago el recuento hacia atrás para encontrar los denominadores comunes, que tengo claramente identificados y sé, con precisión, el segundo en el que se originan. Pero no es eso lo que entra para examen. Qué va.

Han vuelto las tormentas, todavía pequeñas. Y me preparo en silencio, mi costumbre, para lo que va viniendo, sin grandes avisos, por sorpresa. Adivino la magnitud y solo eso me basta para entrar en modo susto. Y pánico. Por fases bien definidas. Tomo conciencia de las cosas, intento salirme del paréntesis que se abrió de pronto, encontrar el sitio que me corresponde [hoy bien cerca de la trituradora de documentos que tengo bajo la mesa auxiliar de mi despacho; una bestia que destroza en todas las direcciones, imposibilitando de esta forma la ardua tarea de reconstruir cualquier papel] y, sobretodo, el punto final para ver si debo modificar rumbos, adaptarme a vientos, sortear oleajes. Como si no lo supiera. Disimulo las evidencias, como queriendo retrasarlo un poco más.

Todo indica que habrá cambios. Profundos, radicales, difíciles. Que quedará mucho por el camino que ahora paseo. Que al final, de nuevo, procede la etapa de soledad que había empezado a conocer, tuteándome a la cara y viéndome reflejada en el espejo, de refilón, con evidente falta de interés. Eso sucede cuando te dejas arrastrar por la fuerza de lo que sea que gobierna tu existencia. Eso supone que una no puede hacerse la loca con aquello que sabe que es procedente, necesario, conveniente. Aunque vaya acompañado de sufrimiento y emociones. Es como la llamada de la selva y los animales: invencible, inevitable, biológico y orgánico.

Vuelvo a respirar en grandes bocanadas de aire y por la boca. Tengo un agujero en el pecho del tamaño de un bazoka, otra vez. Siento que es época de cambios, de toma de decisiones, de reflexión y de mirar hacia dentro, obviando más lo que está sucediendo allá fuera, egoísmo puro y potencia [que hay quien confunde con la prepotencia y la soberbia; a mayor indiferencia por mi parte, más reacciones. Está comprobado y dermatológicamente testado...].

Estoy sentada en el suelo del rincón de la tristeza. Y me callo, necesito pensar. Mi autoestima y yo estamos lamiéndonos las heridas, como si un bichón maltés blanco de cinco meses estuviera pasando su lengua pequeña y rosa sobre mi piel, dulcemente...

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