Nos empeñamos en aferrarnos a este verano largo, azul y verde, de impresiones. Con los pies dentro del agua, flip flops y playa. Porque no nos apetece mucho darle la bienvenida al otoño recién estrenado. Los días son largos, apetece Aperol y no hemos gusrdado los bañadores ni los shorts (los de ayer ya nadan en aguas limpias, gracias a Dios...). Las pieles vuelven a estar morenas después de estos tres días regalados a esta época pacífica, sin apenas estrés y compartidas, en tantos sentidos. Inmersa en tu tierra, tus lugares, tu gente, en ti. Nos empeñamos en buscar todos los momentos de intimidad y, si nos la rompen, lo acusamos. Nos aferramos a cualquier detalle, a todas las cosas que nos gusta valorar, y nos vamos viviendo con la naturalidad que da el compartirse. Con calma, alegría, ilusión y planes que se atropellan en busca de sus cosas nuevas. Infinidad de opciones cuando coexistes en el mismo lugar y siempre, porque todo se elonga, se desparrama y el tiempo también. Sobretodo cuando eres feliz. Sobretodo cuando puedes confiar. Sobretodo, sobretodo cuando no hace falta estar alerta porque, es muy simple, estás porque quieres estar. Y eso es lo más encantador de la vida, creedme...
Estoy porque quiero estar. A tu lado. Tirada en la terraza. Sobre un par de inmensos cojines a modo de chill-out. Viendo esconderse el sol detrás de las nubes de pólvora de Santa Tecla. Escuchando el ir y venir de las olas. Calada hasta los huesos de amor, de humedad, de mar. Dices que tengo gusto a sal, niña de ojos azul licuado e imposible. Y eso es lo más encantador de la vida, creedme...
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