viernes, 17 de noviembre de 2017

Shen o un relato erótico... Capítulo IV.

Debería olvidarlo todo pero no puedo. Simple y cotidiana imposibilidad para los individuos con caracteres dependientes. No hay más. Toda lucha para modificar algo deviene innecesaria ante una realidad así.

Y me doy cientos de argumentos para no acercarme a ese lugar. Para no entrar por esa puerta de madera oscura y escuchar el ruido dulce y opaco de una campana tibetana que da la bienvenida entre silencios y músicas y luces anaranjadas. Cientos de excusas para no oler a vainilla y sentir el ambiente cálido de una temperatura perfecta cuando ahí afuera [y en mi alma] hiela. Para no sentir los nervios de esperar a ser atendida, de entreverla en cualquier rostro ahora que sus facciones se borraron un poco de la memoria, de tanto pensarla, de las semanas que han pasado desde la única, la primera vez. Cuando todo cambió para mi.

Paseo, a veces, mis tiempos muertos y cada vez, siempre, acabo frente a esa puerta. Con la esperanza y la ilusión de coincidir, de volver a verla, de observar su rostro y sus manos, su forma de andar lenta, cuidadosa, en calma. Pero nunca se ha producido esa casualidad. Y sigo pensándola. Con fuerza y algo de vergüenza, sí...

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Shen o un relato erótico... Capítulo III.

Han pasado muchos días desde esa primera vez y confieso que la recuerdo de manera regular, porque me atrapó los sentidos, ella y la sorpresa. Pienso a menudo si hice bien dejándome, si debía abandonarme o hubiera sido más adecuado poner límites, hacerme la fuerte, disimular ante la primera invitación de ese gesto inesperado e íntimo. En frío todo parece simple, fácil y evidente. Pero cuando regresas a esa pequeña habitación de luz tenue y anaranjada, música relajante, aromas que estimulan y su piel...

Muero por volver. A sus manos y a sus silencios, a dejarme hacer y sentir. Quiero volver, sí, y, sin embargo, la vergüenza me entretiene. Me aterra entrar y que no esté o que esté pero ocupada o que estando y libre no me recuerde o no vuelva a ofrecerse para un masaje. Y entre tanto los días van avanzando hacia el frío y las noches largas y las manos heladas dentro de los bolsillos del abrigo.

Quiero volver ahí como nunca he podido querer nada con la misma intensidad. Ni lo recuerdo, un deseo así. Que vuelva a mirarme a los ojos y a acariciarme el ombligo y las piernas y la cara interior de los muslos, tan suaves, tan despacio y tan dulcemente. Desde entonces me ha sido imposible llevar una vida normal. Y me lo repito para ver de convencerme y cargarme de razones y fuerza. Olvidar.

Veo su rostro alzarse entre mis rodillas flexionadas, buscando mi mirada y sonriendo tras mi expresión arrebolada, incrédula, tímida, avergonzada. La veo y la vuelvo a ver, como veo mi propio deseo y una agotadora atracción [nueva e indescriptible] por una desconocida que, me recuerdo, le ofrece lo mismo, probablemente, a cualquiera que se tumbe en su camilla. Me permito pensar que es "probablemente" y con eso me siento un poco mejor. No puede ser, tampoco debe y tendría que empezar a guardar en la memoria esa experiencia, para revisitarla alguna vez, en el futuro, cuando necesite de recuerdos...