Debería olvidarlo todo pero no puedo. Simple y cotidiana imposibilidad para los individuos con caracteres dependientes. No hay más. Toda lucha para modificar algo deviene innecesaria ante una realidad así.
Y me doy cientos de argumentos para no acercarme a ese lugar. Para no entrar por esa puerta de madera oscura y escuchar el ruido dulce y opaco de una campana tibetana que da la bienvenida entre silencios y músicas y luces anaranjadas. Cientos de excusas para no oler a vainilla y sentir el ambiente cálido de una temperatura perfecta cuando ahí afuera [y en mi alma] hiela. Para no sentir los nervios de esperar a ser atendida, de entreverla en cualquier rostro ahora que sus facciones se borraron un poco de la memoria, de tanto pensarla, de las semanas que han pasado desde la única, la primera vez. Cuando todo cambió para mi.
Paseo, a veces, mis tiempos muertos y cada vez, siempre, acabo frente a esa puerta. Con la esperanza y la ilusión de coincidir, de volver a verla, de observar su rostro y sus manos, su forma de andar lenta, cuidadosa, en calma. Pero nunca se ha producido esa casualidad. Y sigo pensándola. Con fuerza y algo de vergüenza, sí...