Existen momentos memorables, es cierto. Y otros que preferirías no haber vivido nunca y sientes que nadie debería padecer lo mismo. Ni una décima de segundo...
Es de noche en un invierno que ha dejado de ser frío, tras una semana fresca a esta orilla del Mediterráneo. Y me tumbo en el sofá color verde oliva en el que he estado pensando largamente durante todo el día. Aún no he terminado de acomodarme bajo una manta de alegres y grandes cuadros de colores, mando en ristre, cuano suena el interfono. Firme, algo largo, dos tonos seguidos. Distinta, la llamada.
Asumo que acaban de olvidarse algo al salir de casa y casualmente miro por el visor del vídeo antes de darle automáticamente al botón para abrir la primera de las dos puertas.
- Mossos de Esquadra. ¡Ábranos! - espeta un voz masculina, grave y autoritaria-.
- (...) - Abro sin decir nada. Mecánicamente. Obediente. Muy improbable que suban a este piso, pienso.
Suena el segundo timbre, algo más impaciente, apresurado. Me preguntan si vivo en el piso quinto, puerta segunda. Respondo que sí. No les cuento que era un requisito imprescindible para mudarme de hogar: que fuera alto, muy alto y luminoso. Me informan que suben.
Estupefacta, salgo al rellano y observo hacia el patio interior que da a la amplia y diáfana portería modernista y, con la perspectiva que me da la altura, alcanzo a ver en picado deambular nerviosos hasta seis pequeños Mossos de uniforme (unos, vistiendo el normal azul marino con detalles rojos; otros, como de asalto para casos más peligrosos, idénticos colores, con casco), que murmullan el número del piso, que repiten el nombre de mis dos hijos: primero, uno. Luego, la otra. Y el apellido paterno, tan excepcional y tan mal pronunciado. Sigo pensando que es un error pero de pronto siento terror por no saber nada de mis dos hijos, de ninguno de ellos (¿desde cuándo?, intento pensar deprisa, sin éxito, mente nublada...).
Un par de policías suben en el ascensor, que es de los antiguos y muy lentos, y se presentan a mi puerta, con sus mascarillas y la mano derecha apoyada sobre sus pistolas. Uno se identifica como Caporal. Imposible escuchar y retener el nombre. Es el que está más nervioso. Y quien tiene el mando.
- ¿Con quién vive?, ¿cómo se llama su hijo?, ¿y su hija?, ¿dónde están?, ¿cómo está su hijo, de qué trabaja?, ¿cuándo lo vio por última vez?, ¿cómo estaba y cuántos años tiene? - disparan sin órden ni concierto, improvisando, un sinfín de preguntas difíciles para una madre en shock, sola, que lo único que puede pensar es que a su hijo le han dado una paliza, han encontrado un cuerpo sin identificar, me trasladarán al hospital a que los reconozca, que a la niña la han atacado...
Doy la referencia de la dirección de mi primogénito y, de manera simultánea, dan órden por los walkie-talkies a los compañeros que aún siguen abajo para que se dirijan allí. Como en off, lo oigo. Desde afuera, desde muy lejos. Como si nisiquiera escuchara yo. Llamo a mi hijo sin que ellos me lo pidan, con miedo y urgencia, y me responde inmediatamente y me cuenta que está en su casa, que está muy bien y me pregunta qué me está pasando. Le entrego el teléfono al Caporal sin preguntarle y se ponen a hablar. Le interroga, pobre.
El Mosso que no está al mando me cuenta que el 112 ha recibido una llamada de emergencia. Al parecer, mi hijo llamó a una amiga para decirle que estaba desesperado y que quería suicidarse. Ella avisó a la policía y dio una dirección. Aproximada. Y un piso, inventado, parece claro. Nada cuadra. Tampoco mi miedo.
El chico de pensamientos suicidas tiene (o tenía) un apellido poco común de orígen árabe. Los míos comparten un primer apellido extraño y difícil de pronunciar, de procedencia y etimología vascos. Y lo lucen orgullosos en los buzones de la portería.
Eso es lo que los Mossos leyeron para decidir que el potencial suicida era mi hijo y para entrar en nuestras vidas y, sin saber, darles un vuelco.
Ellos [mis hijos] y yo seguimos pensando si los Mossos habrán encontrado al chico, si habrán llegado a tiempo, qué habrá sido de él chaval del apellido difícil de recordar...