La vida se transforma. No hace falta decir cuánto nos ha cambiado en estos últimos años.
Mucha inmovilidad, en mi caso. Un parón infernal durante años.
Yo, tan acostumbrada a moverme, demasiado. A pisar tantas camas distintas, a volar, a llenar maletas de lo imprescindible.
Ahora es un apéndice de mi. Sencillamente y con naturalidad. Ya ni la guardo, ni la cierro, ni la vacío. Siempre abierta y a punto.
Pocos vuelos, aunque alguno. Varios trenes, recientemente. Como si una normalidad olvidada y desconocida fuera regresando.
Aún la oigo contarme el viaje. El mismo.
Decirme que ese destino era de los de la lista de inolvidables.
Aunque a veces no coincidiéramos y yo regresara de alguno renegando y ella me riñera con un cariñoso "nopuedeserquenotehayagustado!".
Pues era. El secreto que grito ahora es que en realidad no sabía viajar y solo me dejaba llevar. En mi caso, años después de volver de los lugares es cuando alcanzan la categoría de imprescindibles.
Saludaré un cierre de año y le daré la bienvenida al siguiente lejos de aquí.
Consciente de la importancia de los cambios que se acercan, cruciales, enormes, determinantes, de los de sin retorno.
No ha comenzado y el 23 me paraliza...
El miedo y el frío me agarrotan los dedos para recordarme que me ande con cuidado...