Cuando tomé la Gran Decisión, seguro que no pensaba en que se podían producir tantos cambios en una vida de mediana edad, cuando todo parece tan rutinario y aburrido porque ya solo queda dejarse seguir. Y, sin embargo, mi vida de hoy es como un rediseño de la previa, desconcertante. Antes, sentía pánico al pensar que solo tenía una opción: caminar por la zona marcada, sin salirme de las rayas paralelas. Hoy, probablemente lo más inquietante sea que no hay destino, ni siquiera camino.
Como es sabido, tod#s tenemos algunos días malos y es en esos momentos cuando me cuestiono hasta la teoría del big bang, la de la relatividad, de Darwing y de Newton, sin olvidar a Pascal y a Platon. Incluso si voy bien hacia dónde me dirijo. O no.
De repente me gusta el té y cada media mañana y cada media tarde, en el despacho, me regalo un enorme tazón con diferentes infusiones. Ahora que hace frío, me gusta detenerme ante la pantalla, releyendo cualquier trabajo a medio hacer, con la taza entre las dos manos frente a mi y los codos apoyados en la mesa, dando breves sorbos. He descubierto sus efectos diuréticos. Y mis viajes al baño.
A estas alturas no me da miedo moverme sola. Y pensar que la primera vez que hice un viaje de fin de semana con mis dos descendientes, pequeños y poco colaboradores, me pareció un castigo: cargar y descargar sola, haciendo viajes a la portería, mientras ellos se escapaban del coche y cruzaban alegremente la calle para venir conmigo. Con las dos manitas vacías y sin mirar si venían vehículos, está claro.
Ya no fumo, veo nítidamente y no necesito ningunas gafas. He reeducado mi alimentación y suelo hacer deporte cuatro veces en semana. Tengo tiempo para mi. Y para todo lo demás, aunque mucho menos de lo que me gustaría. También tengo un Sueño y poco me planteo su viabilidad.
Creo que cambiar más hábitos en cinco años es realmente complicado...