He dejado [como si me arrancaran, desmembrada] el lugar al que regreso últimamente. Al que vuelvo porque es el único en el que quiero estar.
Es sencillo de entender. Es una burbuja, un oasis, un remanso y una cápsula. Todo. Porque es ajeno a este mundo. Porque está lejos de la que era mi vida y de quienes la habitan. Porque sigue siendo verano. Porque ahí vive Ella.
Y ahora Ella es con quien quiero estar, dejar que se deslice el tiempo juntas, llevar una vida normal compaginando obligaciones y libertad, organizar la logística que antes sucedía separadamente. Y disfrutar de cuidarse, de descubrirse, de aprender a quererse, sin conflictos ni batallas.
Y hacer planes gigantescos sin prisa, como si nos batiéramos al ajedrez y nos tomáramos el tiempo para no errar y hacer bien las cosas. Porque a las dos nos preocupa y nos hemos propuesto ser la última parada, llegar juntas al final de lo que tenga que ser.
Es bonito vivir así. Es precioso sentir esto. Es un regalo de la vida que llega cuando ya no creíamos posible que dos pieles y dos cuerpos pudieran encajar así, besarse de esta manera…
Luego me he metido en un tren, enmascarillada, en un tratecto que posiblemente haya hecho quinientas veces. Sin tristeza, con pereza. Esta vez sé que me voy excepcionalmente pero nadie me va a lanzar hachas a la espalda cuando me de la vuelta. Priceless…