Visto un pareo y nada más. Bueno, un casco y unas sandalias. Te abrazo por la espalda. Intento abrigarte un poco con mis manos abuertas mientras te rodeo el cuello con los brazos. Me llevas. Me conduces. Me dejo. Y observo: los azules, los turquesas, la arena, el sol, estos cielos tan limpios, tan de verano sin estrenar, tan vírgenes.
Esa deliciosa manía de hablarme debajo del casco, a toda velocidad, olvidando que oigo mal y solo lo que quiero y me interesa. Hago lo mismo con los recuerdos, recuerdas?
Ahí instalada, toda la piel al viento, viendo pasar paisajes, pienso que me dejaría llevar hasta Finisterre. Del latín... Y le daría la vuelta al mundo mil veces sólo para vernos planearlo e inventaría nuevos destinos por mar y por tierra. Para que diera el aire. Sólo con un pareo. Viviendo siempre en verano...!