He recibido una educación. No sé si exquisita o común. Ni me lo planteo ni me preocupa. Sólo actúo y me sé muchas de las frases bonitas que circulan en Power Points, en libros recopilatorios de mesilla de noche para lectura ligera. Son ya muchos años. No me las sé todas ni pretendo. Pero tengo algunas clavadas a fuego en la piel [no voy tatuada, a quien pueda interesar] y soy practicante. Quiero decir que no sucede aquello de leer, pensar y olvidar; hay principios y valores esenciales, que sigo, implacable. Ahí van un par de ejemplos: "para recibir primero hay que dar" o "no hagas aquello que no te gustaría que te hicieran" o practicar la empatía, decir las cosas con una sonrisa y apostillar con un muchas gracias cualquier intervención humana en todos los ámbitos.
Por esa educación de la que hablaba, también soy consecuente. No me gusta practicar lo que critico en los otros, así que mi decisión estaba tomada. No diré que madurada, claro; al menos se había enfriado ["sobretodo no hagas nada en caliente", me habían aconsejado amable y generosamente desde lejos] y eso en mi es un gran paso adelante. Tomada pero sin pensar en alternativas, confieso ahora que ha pasado una parte de lo que he venido buscando y hasta solicitado por escrito.
Me he venido abajo y me odio por eso. Me odio por mi y por el género femenino, por haber reforzado el tópico de la mujer que llora en el trabajo para conseguir sus propósitos. No estaba pidiendo nada para mi, estaba exponiendo una queja [enorme, magnificente, crítica con la generalidad del universo empresarial del que formo parte]. Creo que eso es un desagravio para mi y para todas aunque no me consuele. Me he venido abajo por primera vez mientras explicaba con dificultad, frases cortas y grandes pausas, que no me gusta estar donde siento que molesto, que es algo educacional, y que no tenía previsto complicarle la existencia a nadie que se sienta amenazado con mi presencia, mi trayectoria, lo que ha de venirnos a todos. Que me facilitara una salida digna y yo me iría discretamente. Digna económicamente, quiero decir. La otra está sobre la mesa, naturalmente. Cosa de las dos partes.
Tenía pensado revisar gastos, cuentas, ajustarme, hasta comprar un coche [lógicamente el mio se quedaba en la que en realidad es su casa, en la empresa] y un teléfono [un última generación que correría idéntica suerte], repasar agenda y retomar proyectos, empezar a luchar en serio en otra parte, bajar los listones, cambiar de vida. Explicárselo de alguna manera a mi ascendiente. Intentar implicar a mis descendientes en nuestro cambio de vida. Pero no me ha dejado. Ha mantenido largos silencios incómodos para ambos mientras yo trataba de reponerme y levantar la mirada, intentado recuperar la dignidad que algún día tuve. Con sus habituales frases cortas ha transmitido un par de ideas, quizá la más relevante es un "no quiero que te vayas", "estás haciendo un trabajo magnífico", "te equivocas" y "tienes una larga trayectoria aqui". Iba a darme un consejo, comenzando por el "yo creo que lo que tienes que hacer es..." y, como siempre, me adelanté: mándame fuera, a uno de nuestros satélites, a Estados Unidos, hablemos de números y me desaparezco... él pensaba en alguna Gerencia, en retenerme. Me ha dado tiempo, me ha pedido que lo pensemos. Me ha citado para un café.