Es verdad que hacía mucho tiempo. No sé decir cuánto...
Calculo mal el paso de los días.
Para muestra, una conversación ayer mismo con mi dentista:
- ¿Cuánto hace que viniste y te hiciste (pon lo que te parezca mejor)?
Yo reflexiono, seria.
- Pues yo diría que el año pasado. Pero, como calculo muy mal los tiempos, siempre añado un año. Y me suelo acercar bastante. Así que la respuesta es "dos años desde que me hice eso".
Pongo cara de tía lista donde las haya. A él no le importa nada la cara que yo ponga, naturalmente.
El doctor, que lo es y además número uno de la promoción, mira la ficha, achina los ojos, hace un pequeño cálculo y me señala una celda del Excel con su dedito:
- Bueno, pues ya hace cuatro...
El tonito era más o menos de recochineo y daba para añadir un "listilla". Pero no lo dijo. Aunque segurísimo que lo pensó.
Todo esto lo digo porque hace mucho tiempo de la última vez.
De que sintiera esta ansiedad instalada en el pecho, de la incomodidad y la preocupación, de la molestia en el brazo, en el tórax, en el aura... De la mala leche.
Porque el día iba bien, ayer. En el dentista, en la comida en un sitio magnífico, en la reunión súper creativa de disquisiciones extrañas.
Hasta que el día se cruzó.
Me tenía que haber ido al gimnasio a divertirme y ser feliz secretando cosas como la serotonina.
Y dejándome de hostias.
Abandonar la extraña ilusión de poder disfrutar de nuevo en una mesa con platos y cubiertos y vasos o copas y alguna agradable conversación.
De eso, por cierto, también hace una jartá de tiempo. Que no me pasa.
Segundo otrosí: regresan las semanas de cuatro camas diferentes. Recordemos que es uno de los mejores motivos de generación de cortisol. Probablemente lo que me provoca esta opresión extraña en el pesho...