Apetece proyectar tanto como sea posible y deshacerse de esta sensación nueva e infinita, que llevamos pegada a la piel. Se llama incertidumbre y noquea, bloquea, detiene. Es interesante conocer las reacciones ante estos imprevistos y a mi lo que me sigue inquietando en el número uno del ranking es el no saber cuándo y dónde podré marcharme, alejarme, escaparme.
Nací viajera por parte de madre, quizá para desarraigar, no pertenecer, incrustarme en lugares a los que no pertenezco. Es extraña y sorprendente la sensación única de estar en un lugar de manera anónima y observar. Observar. Habiendo escapado de todas las rutinas y de sus protagonistas, reseteando. El lujo de rediseñar la vida y con quién quiero y me apetece compartirla.
Seguiré soñando un rato cada día en los lugares que esperan ahí afuera, con sus azules y naranjas, los colores tierra, el verde, el mar. Y haré una lista mentalmente y me olvidaré más de la mitad. También revisitaré algunos destinos que se me quedaron pegados para siempre y me trasladaré ahí con el viento en la cara y el olor de tantas cosas, en un verano tórrido, vestida solo con un pareo de colores y unas sandalias, con los dedos llenos de arena fina de playas rubias...