Ya no me siento sparkling pero no quiero mutar en spark.
Leo que 'maduramos con los daños, no solo con los años'. Debo estar sobremadurada, como las uvas. O podrida, como la fruta.
No entendía nada en este paraíso azul. Y son las hormonas. Omito el adjetivo calificativo vasco que le pongo delante con gusto, porque los tacos escritos me dan grima (y no miedo, como el chiste del deporte de las espadas; es grima).
Te hubiera querido toda la vida. Toda. A mi manera, sin apretar, de la única forma que sé (devuélveme la vida, que dice la canción). Quería quererte y aposté al rojo. Salió negro. Necesitaba quererte dulce, pacífica y largamente, en un compromiso silencioso, confiado, infinito. Porque no quiero finales felices. Quiero historias sin fin.
Y voy enlazando mis fracasos, como mujer liana que soy. Y sigo siendo.
Visto gafas de sol azules y un vestido del mismo color y unas flip flops de colores que me acabo de comprar en el puerto porque las blancas se me acaban de romper y no era plan de matarme con la moto o resbalar en estos caminos de tierra y arena que llevan a lugares remotos dónde podría sobrevenir un infarto y dejar de estar, de ser, plácidamente.
Hubiera compartido todo lo que soy y aprendido a ser todo lo que hubiera sido, contigo.
Las gafas de sol me van estupendamente para tapar estos ojos enrojecidos por las lágrimas, que las hormonas van dictando a voluntad. Tengo muchas excusas de las buenas, para llorar. Pero he decidido caminar mirando hacia delante, sin volver la vista atrás, sin contar los meses que han pasado desde el último instante de felicidad completa, sin ver la agonía de una muerte anunciada (la física de una hermana con nombre griego, enamorada de estas islas, a quien dedico mi viaje interior y exterior. La muerte simbólica de todas las pérdidas y las desapariciones de quienes han sido importantes, cruciales en mi vida. Porque desaparecen las amantes y con ellas se van las amigas, las cómplices...). Para eso estoy limpiándome. Para eso me esfuerzo cada día, cada mañana y me convenzo de que hay argumentos y motivos y razones. Aunque sea solo para recordar algún detalle suelto de los momentos de enorme felicidad, risas cómplices, miradas a distancia, planes y proyectos, todas las caricias y los días horizontales y en ayunas. Todo eso está ahí. Y es bueno. Y regresa. Y me tengo que emplear a fondo para espantarlo y que vuelvan la oscuridad, los reproches, la inseguridad y el pánico.
La distancia es para los valientes. Solamente.
De vez en cuando pincho, a pesar del mantra que me repito a diario (cada día que pasa estoy un poco mejor, en todos los sentidos). Y nunca me han dolido prendas en descubrir mi fragilidad, mis debilidades y mis temores. Mi carta astral, mi revolución solar, son autoexplicativas y necesito comunicarme, aunque luego aqui lo lean tres gatas encantadoras a quienes en realidad mi estado creo que les importa bien poco y alguna piensa que enlazo bien las palabras y sumo letras con cierta gracia y reconocen abiertamente que nunca entienden de qué hablo. Ni de quién.
Soy una épsilon. El sumatorio de todas las cosas, de todas las personas que me han hecho ser quien soy. Para mal, me reconozco la única responsable. Ellas son solo las que han aportado lo bueno, si es que hoy, aqui, en este momento, queda algo de lo que fui... Sigo aprendiendo, cada día!
Me disculpo por este largo post improvisado que ha salido como cuando una se intoxica de marisco, expulsado violentamente, sin ningún reparo.
Llevo vagando toda la mañana. No tengo idea de cómo volver al hotel, al claustro materno, al refugio. Sigo tarareando la canción del verano. A saber: you're not alone... A Dios gracias. Nadie sabe cuánto lo valoro. Pero una cosa no quita la otra, verdad?