Me reprochan entradas anodinas.
Seguro que tienen razón, os diréis.
Pues sí. Si alguna vez estuve inspirada, eso ya cambió y no es así.
Me enfrento a la hoja en blanco sin ningún miedo. A estas alturas solo le temo a la enfermedad. Mucho.
A la mía, a la de los míos.
Todo lo demás, casi, casi, ya no importa. Sé que puedo con ello, que basta con algo de tiempo para que se ponga en su lugar.
Otros temores que pude tener en el pasado han quedado relegados.
Aunque reconozco que la larga lista de errores [vitales, profesionales] también me ha puesto a mi en el lugar al que debo pertenecer, que es al final, en una última fila.
Sin dramas.
Porque una se piensa que no sé, que puede con todo, que basta con proponérselo, que todo consiste en perseverar para conseguirlo.
Mentira.
Falso.
No es verdad.
Hay muchísimas cosas que he intentado sin éxito. Muchos proyectos que fracasaron.
Y la cosa está en que el cronómetro no ha parado ni un nanosegundo, cada vez. Que la cuenta atrás imparable, inalterable, invariable, va siguiendo, tan contenta. Aunque me equivoque estrepitosamente.
Pero aprendo. Eso sí que lo tengo...