sábado, 23 de diciembre de 2017

Shen o un relato erótico... Capítulo VI.

Salgo de ese lugar con la mirada extraña y una sonrisa a medias, entre feliz y triste. De nuevo todo terminó y tiene que marcharse, aunque me quedaría sentada en un rincón y en silencio hasta que ella saliera. La esperaría. La buscaría por los mares y las tierras. Lucharía contra cualquier inconveniente, contra todo lo que pudiera interponerse entre ellas. Valían la pena...

jueves, 7 de diciembre de 2017

Shen o un relato erótico... Capítulo VI.

Boca abajo me siento segura. No va a poder repetirse la escena increíble de la primera vez, el momento imposible que se ha ido fundiendo de tanto repasar, recordar, visitar. Esta vez estoy a salvo, suspiro y cierro los ojos, llenándome de calor, música, luz anaranjada y aroma de sándalo y vainilla.

Comienza su masaje por las manos. Es tan incómodo que un desconocido te haga caricias en las manos, que siempre pienso que mejor que sea breve, esa parte del cuerpo. Brazos y antebrazos. Hombros.

De pronto, sin ninguna lógica, sus manos se detienen sobre mis tobillos y muy despacio separa ligeramente mis piernas. Me resulta muy extraño que decida hacer la mitad inferior antes que terminar la superior, que no ha ni comenzado. Sus motivos tendrá, pienso.

Y siento sus dos palmas de las manos boca arriba y en horizontal tratando de colocarse bajo mis caderas, en paralelo, con la fuerza suficiente para que me abandone, me deje dirigir y la suavidad de siempre. Es Shen...

La adivino detrás de mi, en la parte inferior de la camilla, de pie. Pero no puedo verla. Y noto como tira de mis caderas hacia arriba, hacia ella. Todo muy a cámara lenta, como soñándolo. Y la toalla que me cubre va subiendo hacia mi espalda, dejando mis piernas entreabiertas al descubierto, y ella sigue guiándome y cambiando mi posición. No pongo resistencia pero tampoco serviría de nada. Fuerte y segura, avanza hasta colocarme con las rodillas sobre la camilla y mis brazos estirados en paralelo sobre mi cabeza.

Completamente expuesta, sé que está ahí detrás, observándome, esperándome, provocándome, sorprendida. La siento respirar. Noto sus caricias suaves y lentas, cómo conquista un centímetro tras otro, la forma de ir y venir cuándo y dónde menos la espero. Sopla ligeramente, de arriba abajo y me estremezco con un suspiro involuntario, preludio de lo que he de sentir, que la anima a seguir un poco más. Y me visita primero con los dedos, en caricias cortas y breves, y después con los labios, húmedos y calientes, que abre despacio pero por completo hasta envolverme toda. Y después, todo a la vez. confuso, sorprendente e inesperado.

Me remuevo sobre mi misma y mis labios la buscan porque necesitan besar, como respuesta, como sensación, no como sentimiento. Pero ella sigue ahí abajo, introduciendo sus dedos índice y pulgar alternativa o simultáneamente, el anular, imposible reconocer nada, con sus movimientos sutiles y ágiles, su tacto, sus manos, combinándolos con sus labios y su lengua, que creo que aparece a ratos.

Me encantaría que la historia hubiera sido más larga, dejarla hacer, ser capaz de resistirme, controlar. Imposible. Con Shen es materialmente imposible...

lunes, 4 de diciembre de 2017

Shen o un relato erótico... Capítulo V.

La decisión tomada, a pesar de todo. Y de las dudas y los miedos. Imposible seguir con esta incertidumbre y el enorme desasosiego que aprieta mi garganta y ralentiza mi respiración, además de perder mi mirada. Estoy idiotizada, desde la última vez, desde la primera. Me enfrentaré a eso, a lo que tenga que ser, a lo desconocido, a tenerla delante, porque no tengo alternativa, no puedo pensar en otra cosa, porque lo necesito. De verdad.

Me desnudo al miedo y me enfrento a esa batalla de desconciertos, fragilidad y vergüenza. La mente juega fuerte y me recuerda posicionamientos éticos y morales que siempre consideré sin dudar y que ahora se volatilizan cada día, lentamente. Quiero volver a sentir sus manos en mi piel. Fin.

Mi paseo cotidiano me deposita suave y lentamente ante su puerta, como tantas veces aunque no hubiera vuelto a entrar. Me tiembla un poco el pulso y temo que se note pero me presento en recepción, ese lugar pequeño con un mostrador de madera oscura de teka y superficie rugosa, cortinas naranjas y aroma de vainilla. Me despierta los sentidos estar ahí afuera, me alerta y acelera el corazón y el pulso. Me siento profundamente viva. Pregunto por Shen y reservo un tratamiento de sesenta minutos. No sé cuál y no me interesa.

Ojeo con displicencia una revista poco reciente sentada en un cómodo sillón bajo con los pies sumergidos en agua caliente y espuma. Mi alma congelada les da las gracias. Ni rastro de Ella, pero aún quedan diez minutos para el cambio de turno, para que sean en punto, para volver a verla. Media vida. Pienso. No quiero imaginar y he decidido dejarme llevar sin esperar nada. 

Los minutos se arrastran en mi reloj digital, en la pantalla de mi teléfono, que reviso continuamente, compulsivamente, en el reloj de pared que tengo frente a mi vista. Todos van despacio. Oigo los pasos de varios grupos de dos, saliendo de sus cubículos, lentamente. Se despiden y yo, mientras, me coloco en mi sillón, nerviosa. Oigo cómo pagan, se saludan, se despiden, la puerta al exterior se cierra varias veces y suena la melodía de las campanas tibetanas, conversaciones en una lengua oriental que desconozco, silencios, alguna risa.

Y mi nombre.

Escucho mi nombre y comienzo a levantarme y a recoger mis cosas, con la mirada baja, dudando entre quedarme y salir corriendo de ese lugar, respirar el aire helado y olvidarme de todo, de Ella, de esta borrachera de sensaciones extrañas e inexplicables. La veo frente a mi con la última vocal de mi nombre suspendida entre sus labios sorprendidos, menuda y sonriente. Le devuelve una mirada cómplice a mi sonrisa tímida, no disimulo mi sorpresa y mi alegría, feliz al darme cuenta de que me ha reconocido. Me señala el camino hacia su habitación y comienzo a caminar sintiendo su presencia en todos los rincones de mi espalda. Sé que es imposible pero he comenzado a temblar.

Con gestos y la misma sonrisa me solicita que me desnude y me tumbe boca abajo en la camilla, sale y me da un par de minutos, insuficientes para acabar de desvestirme, así que cuando entra me encuentra colgando mi ropa interior en una percha de detrás de la puerta. Tengo los brazos levantados y estoy desnuda. Me observa desde los ojos a los pies y se apresura a acercarme un albornoz y sugerirme con su mano derecha que me tumbe. Boca abajo, repite.

Me acomodo, me cubre con dos mantas y siento el calor de la camilla en todo el cuerpo. Cierro los ojos con la intención de potenciar mis otros sentidos ante lo que ha de venir. Escucho la música tranquilizadora, respiro el aroma de madera y sándalo y sus manos algo frías sujetan dulcemente mis tobillos mientras me pregunta qué es lo que necesito.

Necesitar. Fácil respuesta, entonces.

Le contesto titubeando que me pongo en sus manos, he tenido una semana dura y estoy contracturada, en general. Que haga lo que vaya notando, de manera improvisada. Me vendrá bien, seguro. Que no se preocupe. Se acerca a mi cara sonriendo y asintiendo. Hará lo que pueda, dice...