lunes, 13 de mayo de 2019

Mi santo preferido...

No es un nombre muy frecuente. Y sin embargo conozco a uno, de rancio abolengo...

Lo celebro casi a diario, en estos últimos tiempos. En silencio, secreto, voz baja. Con sonrisa y satisfacción, a veces. Porque una sabe cuándo ha de llegarle ese santo a quienes escupen bilis, veneno, destruyen, queman, desbrozan, anulan, empequeñecen. Más que cuándo, una comprende que llegará, que solo hay que tener la paciencia justa para esperar (como antaño en la Piazza de San Marco) a ver pasar el cadáver de tu enemigo. Desde la comodidad de una silla.

La vida nos recoloca, enseña, ubica, desfía, emplaza, invita, desespera. Entre tantas cosas. A todos y sin excepción. Siembra, siembra. Y espera la llegada de la cosecha. Abundante o perdida. Tú sabrás. Puedes elegir.

Hace mucho que maduré y aprendí esa lección, que celebro profusamente en éstos últimos tiempos. Lo que sí reconozco es que el día que repartieron la intuición para distinguir a la buena gente (buenos amantes, sobretodo) de la mala (los torpes con pies en las manos y sin swing cuando pierden la verticalidad, por ejemplo) debía estar distraída y no hice la vez...


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