No sé cuántas porque no las he contado ni pienso hacerlo. Seguro que son entre muchas y bastantes.
Las maletas lo son, por ejemplo. Y sé que ha llegado el momento de desempolvarlas (un decir...), bajarlas de encima de los armarios y ponerlas a punto.
Comienza una etapa movida, lo presiento, aunque haré lo imposible por no repetir errores y usar más de tres camas a la semana. En todos los sentidos, lo digo.
El fallo de querer estar en todos los lugares sintiendo que mi mente está disociada, en otro momento (antes? después?) y otro punto del espacio.
Aprendí que no me gusta, que no quiero dejarme empujar y arrastrar. También aprendí de los errores y estoy reconstruyendo desde la experiencia, re creando y recomenzando en un mundo lleno de oportunidades. Hoy sonrío si me apetece. Lo mismo hago con otras decisiones igual de simples.
Hoy sé que todo está bien aunque sienta que hay mucho trabajo por hacer para cerrar duelos imprescindibles que se me vienen resistiendo. Decidir seguir adelante sola, consciente, segura.
Todo se andará.
La belleza es otra de mis grandes debilidades, otro por ejemplo. Ayer la vida me cruzó con un grupo en uno de esos momentos surrealistas que me habían anunciado y confieso que me costó cerrar la boca de asombro.
Hay personas bellas que me turban de una forma insuperable y me congelan. Sólo puedo observar, sólo puedo repasar facciones perfectas y detenerme en el puente de una nariz. O en la barba policromática. Incluso en unas manos cuidadas y morenas.
Ayer vi belleza estereotipada y profesional. Pero reconocí debilidades, humildad y hasta sus propios miedos de vivir. Ni tranquiliza ni consuela ni alegra. Hace reflexionar, como siempre, sobre la vida y la muerte...