Me cuentan que la ciudad se está vaciando. Y recuento. Los ejecutivos que hacen los últimos viajes antes del fin del mundo. Los campus de idiomas para adolescentes en otros países y los de los más pequeños proporcionalmente más cerca. Las mamás instaladas en las casas de la Cerdanya o los apartamentos de la Costa Brava. Las enormes vacaciones familiares, largamente soñadas.
Faltan. Todos estos colectivos, por lo menos, faltan en esta ciudad, que se derrite en humedades diversas (no sólo por las altas temperaturas) bajo un implacable sol que hace la justicia divina y la humana. Las dos. Se vacían las calles, el ruido disminuye, desaparecen corbatas y emergen pies entre sandalias. Planos y fotografias posadas, las calles y edificios son un set de rodaje y los turistas los actores, quién sabe si los secundarios. Quién sabe cuándo es ‘la otra’...?
Todo se vacía. Menos mis ganas de volar lejos, que son infinitas y me vuelven impaciente y ansiosa y hacen que no me importe otra cosa. Nada. En absoluto. Más allá de agotar la cuenta atrás para cortarlo todo y comenzar a sumar un millón de primeras veces...
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