Instalada en mi nueva normalidad, me arrebujo en las rutinas, cómodamente entregada en unas larguísimas conversaciones nocturnas que terminan por culpa del reloj, de que se hace muy tarde, de que hay que descansar. A desgana, vamos.
Te escucho con la misma pasión con la que me dedico a los asuntos importantes y te pregunto buscando respuestas sobre otras vidas tuyas y esperando recibir información valiosísima que, de otra manera, costaría obtener. La proceso y la archivo con cuidado para que no se desordenen nombres, momentos, lugares, aprendizajes.
Ahora que he abierto las puertas del armario para que entre el aire [que no el viento], aparto la inquietud de todo lo que ha de venir y decido que iremos viendo a medida que caminemos. En cambio, me debato en pensamientos poderosos y no tengo respuesta a una duda crucial: no sé todavía si escribes mejor que besas. O viceversa.
Eso por poner un ejemplo solo de la larga lista de cosas que sabes bordar con naturalidad absoluta, evidentemente...
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