...la vida deviene gris. Y se vacía. Dejan de llegar llamadas y el teléfono pasa a ser un objeto. Inerte. No hay planes. Y te pones un poco nerviosa, por el desconcierto, por el abandono, por la química y las endorfinas y todo lo que acaba en -ina. Casi todo.
Porque cuando dejan de amarte la vida termina un poco. Hay que volver a construir las ganas de despertar, levantar piedras en busca de motivos, diseñar excusas y explicarte tantas cosas.
Desaparecen los proyectos [grandes, pequeños, alguno] y hay que empezar a dibujar otros escenarios, nuevos protagonistas, ilusiones. Construir costumbres.
Amar y que dejen de amarte es que una parte de ti se muera irremediablemente, para nunca volver a ser.
Es, también, que te sientas nada en un mundo de nadies; ser invisible y traslúcida, prescindible. De pronto, tan de repente.
Cuando dejan de amarte, dejas de ser un poco lo que fuiste...
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