La rubia de la mesa de al lado me lanzó miradas y mensajes durante toda la puesta de sol naranja hasta que los cielos mutaron a un azul casi negro.
La acompañaban tres amigas, tan rubias como ella, pero un poco más felices, un poco más alegres. No se escuchaban silencios entre sus risas, ni siquiera entre sus conversaciones ininterrumpidas.
Ella lo observaba todo, incluídos mis ojos azules, de vez en cuando, como si nada de esa mesa pudiera importarle y estábamos tan cerca la una de la otra que podían habernos detenido por incumplimiento de los mínimos de distancia social obligatoria entre mesas.
Estábamos en el exterior pero de lado, juntas, observándonos y midiendo nuestras palabras y nuestros silencios con quienes nos acompañaban.
Entre sorbo y sorbo de cerveza, en el último trago, alcé la mirada y allí estaba ella. Invitándome. Retándome. Llamándome. Aguantando la mirada.
Era el momento perfecto para pagar la cuenta y me levanté, nerviosa, en busca del camarero, cerca de la barra.
Le pregunté dónde estaban los servicios y, antes de que el chico pudiera contestarme, la rubia de la mesa de al lado me susurró el camino, muy cerca del oído y dejándome un prometedor beso en el cuello.
Le di la mano y la llevé conmigo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No serás de l#s que creen que intimido y por eso no comentan nunca, ¿verdad? :) ¡¡Venga!! ¡¡Anímate!!