A estas alturas todas sabemos qué ocurre cuando vengo aqui, ¿verdad?
A veces es porque la vida deviene un frontón. Y todo regresa. Rebota, a veces en la cara. Otras no.
Te enfrentas, discutes, argumentas. En vano.
Nunca me han gustado las polémicas, ni discutir.
Ni cuando era una niña muy pequeña (y menuda) sentada a una mesa de nueve personas adultas y los gritos pasaban por encima de mi cabecita, que iba de punta a punta, de conversación cruzada en conversación cruzada, mirando caras encendidas y enfurecidas. Sin entender nada.
Ni siquiera la disparidad de criterios. Quizá eso lo que menos entendía, seguramente. Porque era obediente y sabía que enfrentarme no iba a llevarme a ninguna otra cosa que a la cara de desagrado y desaprobación materna.
Y eso eran palabras mayores. Esosiqueno.
Frustrante.
Y nada ha cambiado, en estas décadas. Pocas veces me opongo a batallas perdidas de antemano.
Eso dice mi carta astral. Que si no voy a ganarlas, ni me pongo.
Las más valientes diréis que vaya aburrimiento, eso de ser la niña buena del cuento.
Bueno, buena no tanto.
Peleona, depende.
Agotada, seguro...
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