La primera vez, sucedió hace bastantes años en la capital del Reyno.
La he recordado a menudo entre risas y la he contado como anécdota amenizacenas.
Hoy ha vuelto a suceder. En una ciudad española de medio pelo y misma medida.
Llegar a la estación de tren después de un largo viaje en alta velocidad (gracias, España radial!). Hacer una mini cola para un taxi.
Dar el nombre del hotel y hasta la calle en la que se ubica y zas!
El señor taxista se gira hacia mi, después de cargar mi pesada maleta en el maletero, y mirándome por debajo de la parte alta de las gafas, que descansaban en el puente de su nariz, pero muy bajas, me dice:
- Es ahí- señalando con desdés un lugar muy cercano al otro lado de una plaza no demasiado grande.
- Ahí, ahí- me repite el caballero comiéndose las frases "mejor se va usted andando", "está aquí al lado", "usted no camina o qué?", "le va a costar más la bajada de bandera que ir a pie"…
Se lo ha callado todo.
Le he dicho que vale.
Que ya me iba bien que me llevara.
Tres minutitos de carrera. Y él aumentana la velocidad a cada segundo. Y yo de punta a punta del sofá trasero.
Hasta que le ha pegado un bocinazo a una jovencita con L y ha dado un soberano portazo cuando ha dejado la maleta en el suelo, después de pagar con tarjeta.
Yo creo que él también me recordará algún tiempo. Como yo sé que la anécdota, cuando supere la vergüenza, amenizará más de una cena a partir de hoy…
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