¿Cuándo voy a poder deshacerme de ti, que regresas y casi compareces? ¿Falta mucho para que pueda dar por concluida tu etapa o lo que necesito es colocar un cadáver sobre el tuyo? Cierro los ojos, indefectiblemente, mientras tomo mis duchas diarias. Y ahora no quiero oir nada que tenga relación con el PH de mi piel, las capas protectoras y la corrosividad de los geles y champúes. Me ducho y cierro los ojos, digo. Y, al hacerlo, me observo. Levanto la cabeza hacia el techo y dejo que el agua caiga sobre mi cráneo y me resbale toda, de arriba abajo. Mientras, me enjabono con un metodismo que solo lo dan los años y la repetición de movimientos, que siguen un orden lógico y perfecto. Sucede lo mismo con el proceso de secado y odio compartir toallas. Ni siquiera la tuya ni siquiera la mia. Me visto por capas y siempre de la misma forma. La última prenda es el jersey, la camisa, la camiseta. Pero confieso que lo que realmente me gusta es no vestirme, aunque tuviera que ocultarme porque nada es como fue en su orígen. Pero me reivindico sin exhibirme. O me exhibo sin reivindicarme, como si fuera otra. Como si no fuera tú...
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