viernes, 6 de febrero de 2009

Media vida...

He visto mis arrugas reflejadas en la taza de te. Ya no me sorprenden porque he tomado conciencia de que forman parte de mi. Esa es una de las ventajas de estar ya en la segunda mitad de la vida. Se ha vivido ya de todo y lo que queda no es precisamente lo mejor. Es mi versión optimista de un escenario en el que soy tan longeva como mis antecesores femeninos [cuadrando las estadísticas españolas de esperanza de vida impecablemente] y donde el factor accidente, el riesgo, la enfermedad no existen. ¿Para qué? Me gusta pensar eso aunque sé que la vida misma puede sorprenderme en cualquier momento y acabarse, de repente, en un coche, una esquina, cualquier calle o en plena naturaleza. Es la incertidumbre de vivir, esa aventura...
Mi media vida. Lo curioso y sorprendente es que a veces dejo de mirar atrás para proyectarme hacia delante y me gusta imaginarme. Conozco el escenario en el que me gustaría establecerme, las actividades a las que me dedicaría, la compañía elegida y la forma de vivir. Eso tiene el inconveniente de que tantas veces intento empujar el tiempo para que avance, para que vuele y me acerque un poco más a todo eso que sueño cuando mis sábanas siguen calientes, mi cama abierta y la almohada pensando en mis abrazos nocturnos. Aqui y ahora. Ese es el mensaje, el único válido. Ni antes ni a partir de mañana. Las sensaciones que provoca el teclado en mis yemas, el parpadeo para hidratar mis ojos, lasa muñecas en el reposabrazos, el dulce sabor del té, los oídos pendientes de cada uno de los ruidos que conforman el paisaje del despacho. El rumor de los pensamientos mezclado con el taconeo de alguna compañera por el pasillo, voces entretenidas en conversaciones telefónicas y ruido de camiones reduciendo la marcha para tomar la curva. Media vida...

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