Una vez te prometí y me devolviste otras promesas. Incluso nos juramos, con la misma fe que cuando un# coloca la mano derecha sobre una Biblia para tomar un cargo. El tiempo fue circulando y se sucedieron acontecimeientos y sus preceptivas consecuencias. No recordamos ni las promesas ni los juramentos. [Yo sí, como es de ver; con nitidez. Pero lo que duele de verdad es saber que tú ya no, que tú ya no...]. Ni [recordamos] la fe con las que pronunciamos y proferimos, ni la devoción sincera con la que entonces me mirabas. Y yo te devolvía la mirada. Incluso llegaba a adelantarme, a veces. Que siempre te entretenías diciendo que mi azul era el más sorprendente y nos despistabas de lo insustancial y rutinario.
Ese tiempo al que me he referido se ocupó de ahondarnos y de socavarnos, hasta de surcarnos, diría yo, para acabar atravesándonos. Tanto que ni nos recordamos. Estamos continuando y pienso [con toda la sinceridad de la que sigo siendo capaz] que es como si nunca hubiéramos conjugado plurales, hecho planes, acariciado espaldas o encendido velas. ¿Es eso posible? Recuerdo las frases, los destinos, tu columna y, por supuesto, el olor de la cera, la luz apagada y las cerillas que usábamos. Con nitidez y transparencia, sin frialdad o indiferencia. Que es que lo recuerdo todo.
Distancias, incertidumbres, tiempo y alguna certeza es lo que ahora somos.
[Lectura recomendada de la siguiente frase, compuesta solo de tres palabras: plana, sin ganas. La última frase ya es para ser leída con más dolor, pero para gustos].
Ah. Lo olvidaba.
Y mi tristeza. Esa también nos cuenta...
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