A veces no es necesario escribir largamente para transmitir. Otras veces una simple frase se ocupa de eso. En el caso de que una frase, cualquiera, pueda llegar a ser, a ser considerada, simple. Detrás hay un aprendizaje largo que apenas recordamos, que opera automáticamente. Como en todas las rutinas, esas que, como los hábitos, se adquieren tras 21 días de ser repetidas.
Pienso que tarde o temprano deberé seguir formándome. Luego reflexiono y tengo el convencimiento de que lo hago cada día. Quizá el momento no sea éste.
Me he detenido a observar a la familia que quedó sin madre este verano. Hay una nueva mujer ocupando el lugar de la que se fue. Ninguna relación aparente, ni con la desaparecida [ésta tan rubia, la nueva tan oscura] ni con el supérstite. Es de nuestra misma nacionalidad y aparenta haber construido una magnífica relación con los niños. Eso me ha provocado un estremecimiento. Ellos iban felices al colegio, él con expresión ausente, como aparte del núcleo de tres que caminaban a su izquierda. Me ha entristecido pensar en que todo sigue, todos continuamos y sin embargo ella ya no estará más. Sé las consecuencias de la muerte. Naturalmente. Claro que las sé. Pero no me resigno a que se olvide.
Imagino que el recuerdo anda descalzo, a oscuras y llega por la noche, cuando el sueño tarda en venir en una cama fría, sin el buenas noches, deja que te abrigue. El camino, tantos días repetido, estará plagado de pequeños rincones en los que sucedieron cosas y de grandes recuerdos de los momentos vividos. Se sobreviven...
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