lunes, 7 de diciembre de 2009

Pertenencias y poco más...

De repente un paréntesis y la ilusión de proyectarnos hacia arriba en otro lugar, cuidando el detalle de no abusar de tanta proyección, que nos aleja de las realidades múltiples entre las que vamos discurriendo. Me acuesto, me giro, te encuentro. Mi brazo envuelve por debajo y te acercas, te acoplas, te encajas, perfectamente. Hay relojes y prisas y obligaciones y alguna caricia inevitable. Transcurre la noche, tan breve, y reapareces, tan cerca, como olvidada por los sueños que me alejaron un poco, solo un momento, de mis propias sensaciones [el tacto, el olfato y algún otro sentido, que he sentido durmiendo]. El día amanece naranja, rosado, y le recibimos desde la terraza, fría en invierno. Y nos fijamos y percibimos, los colores, las presencias, la novedad. Si todo dejara de ser extraño e infrecuente, dejaría de ser una maravilla. Estoy metida en un profundo convencimiento de esa percepción, desde siempre. Y tú no, desde el primer día. Pero ni siquiera eso puede incorporar un centímetro de alejamiento. Solo podría un alguien lejano, que sobrevivie tu ausencia en algún lugar de la costa, intentando continuar viviendo con dignidad, sin reconocer errores ni ausencias ni ganas de regresar a ti. Pero esa es otra historia que tampoco quiero acariciar porque no me pertenece...

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