De vuelta a casa, de noche, una llamada interrumpe una conversación. Leo en la pantalla y me sorprendo sin colgar. No deja mensaje. Devuelvo la llamada y una voz me devuelve a un pasado mal cerrado, lleno de grandes momentos de felicidad. Ahora que soy mayor tengo conciencia de que no volverá y por eso me siento un poco peor. Habla. Se convierte en papeles que hay que revisar. Bueno, naturalmente la gente llama, regresa, para pedir. Excepcionalmente lo hacen para saludar. Así que era de esperar que esa llamada fuera interesada y causara una cierta decepción mal disimulada. Es así y ya lo sabemos. Lo difícil para mi es ser imparcial, en este caso. No decantarme claramente por una de las dos partes. Hay algunas razones que generan interferencias y me inquieta, pero lo verbalizo para que no haya sorpresas. Master en las tres pes, supongo. Pero no importa. Lo único que importa son los recuerdos que regresan de alguno de esos momentos. Y visualizo a una bebé, los baños nocturnos y un secador de pelo que abrillanta, además de secar, una melena lisa de color castaño, un salón y algunos instantes con una precisión y nitidez que me siguen sorprendiendo.
Con eso en la cabeza, me desaparezco un par de días para descubrir cuánto puedo llegar a disfrutar con mis descendientes, aunque me destruyan físicamente. Yo, que pensaba estar en forma... Vamos, por favor... Me encanta observarlos y descubrirme sonriendo, admirada de cómo son ya, de quiénes son ahora y de su pericia en algún caso... Si, me encanta ver sin ser observada...
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