Dos cientas cincuenta entradas publicadas aqui. Veintiséis años de ausencia desde hace un par de días. Extraño la palabra papá y tenerte entre mis brazos, con tiempo de sobra para dormir el descanso que sobreviene después del ejercicio. Y levantarme y volverme a acostar, sabiéndote. Pensar que el visillo gris pálido es lo último que hubiera colocado en una de mis hipotéticas ventanas mientras intento adivinar la temperatura en letras rojas que ilumina una cruz de farmacia extranjera. Tú atravesándome como si también quisieras leerlas, ignorando que, además, obtengo hora y fecha. Nunca tienes bastante y siempre esperas más. A veces dudo ser capaz de alcanzar tus expectativas con dignidad. Veo montañas blancas y pienso en expediciones lejanas que sufren infinitamente más. De hecho, no sufro en absoluto. Pero empatizo con quienes esperan para atacar una cima, recoger a un fracturado en camilla con un deslizar de debutante forzado o esperar a quienes se retrasan, los pies semi inmovilizados dentro de un calzado cuasi ortopédico unido a unas tablas más cortas que nunca, a pesar de la altura. No quiero ni siquiera pararme a decir que ha sido estupendo. Cuanto más lo repito, más me duele...
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