lunes, 31 de mayo de 2010

Foto... Luz... Vela...

Me escapé de la fotofobia que me provoca la luz mediterránea, pero tengo molestias. El primer baño y un nuevo paseo en busca de lugares conocidos y sin olvidar, que una temporada es larga pero no da para eso. Arena y soles sin nubes, entre azules y un poco de viento. Se soporta el calor, pero amenaza. Y mi espalda, sin cortes, se curte despacio y con queja.

Más que nunca lo necesitaba y el tiempo se detuvo, consciente de que era sólo un momento, todo irreal y casi forzado, que regresaría a lo que vuelve a ser hoy. Pero al menos sobrevino el paréntesis. Y tantas otras cosas confundidas en sueños. Tan extrañas, en realidad.

Una cena comenzó con una vela naranja, en forma de testimonio, accesoria e inútil, entre luces naturales de nuestro mar que se alargan ahora para desconcertar, improvisada. Avanzaron platos y conversaciones, el descenso del sol, recuerdos primigenios y alguna caricia. Se cerró la noche ahi afuera y nadie encendió más luces; nos distrajimos planeando lugares y rememorando los caminados y solo la vela permanecía. Me gustó sentir el calor de la cera líquida en la mano, que cayó al desplazarla de habitación. Porque la vela nos seguía y no podía recordar cuál había sido la última vez, con velas... Pero lo intentaba.

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