Nunca me ha gustado usar la palabra normalidad. Ni sus opuestos, contrarios y/o antónimos. Todos son ofensivos, en general. Pero reconozco que esta noche, con el agotamiento propio de una jornada laboral, todo es como era, sin cambios, excepto el agotamiento en sí (ni que prestara mis servicios en una mina, pero el día de hoy ha sido realmente infinito). Anormal ha sido ver con sorpresa que mi cosecha de tomates ha fracasado y únicamente hay un "impar" o "single" colgando en una enorme maceta. No habitual es que Nano, el conejo enano más longevo del mundo, no esté en casa por el momento (logística pura: era imposible incluirlo en el equipaje de regreso). Increíble es que una compañía de bajo coste cobre, sin preaviso, un exceso de peso contra una tarjeta de crédito, con la que se perfeccionó la compraventa del billete. Pero no tengo energía para que me den la razón. O no. Extraño es que no me salgan las letras que forman las palabras, con o sin sentido, que suelen componer una entrada. Y es que yo creo que hay ocho miedos que me rondan y me asaltan de repente cuando bajo la guardia. El más invencible de todos es que no sé si sabré caminar a tu lado o mirarte de frente en algún restaurante que tampoco soy capaz de elegir; ignoro si sabré estar callada o si se nos van a acabar las ventisietemilcosasquecontar. El bloqueo...
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